Este pasaje de Santiago 4:1-10 trata sobre las luchas internas y externas que los creyentes enfrentan debido a las pasiones desordenadas, la codicia, y el orgullo, y ofrece soluciones para vivir en comunión con Dios. A continuación, se explica cada versículo:
Versículo 1:
"¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?"
Santiago identifica la raíz de los conflictos en la comunidad cristiana: las pasiones desordenadas (deseos egoístas) que luchan dentro de cada persona. Estos conflictos internos generan guerras externas, reflejando una falta de dominio espiritual.
Versículo 2:
"Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís."
Este versículo describe cómo los deseos insatisfechos conducen a acciones destructivas como la envidia, los pleitos e incluso el asesinato en un sentido figurado (odio según Mateo 5:21-22). Sin embargo, la razón principal de esta insatisfacción es la falta de dependencia de Dios a través de la oración.
Versículo 3:
"Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites."
Santiago muestra que incluso cuando oran, sus peticiones no son respondidas porque sus motivos son egoístas, centrados en placeres personales en lugar de buscar la voluntad de Dios.
Versículo 4:
"¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios."
El término "almas adúlteras" enfatiza la infidelidad espiritual del creyente cuando busca satisfacer sus deseos a través de los valores del mundo (pecaminosos y contrarios a Dios). Ser amigo del mundo implica rechazar la soberanía de Dios.
Versículo 5:
"¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?"
Este versículo señala que Dios, mediante el Espíritu Santo que mora en nosotros, desea una relación exclusiva y celosa con sus hijos. Dios no tolera la competencia con los ídolos de este mundo.
Versículo 6:
"Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes."
Aunque el pecado separa al creyente de Dios, su gracia es mayor. Dios se opone a los orgullosos que confían en sí mismos, pero favorece a los humildes que reconocen su necesidad de Él.
Versículo 7:
"Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros."
La solución es la sumisión total a Dios. Al rendirse a su autoridad, el creyente tiene el poder de resistir al diablo, quien no puede prevalecer ante una vida entregada a Dios.
Versículo 8:
"Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones."
La cercanía con Dios requiere una limpieza espiritual: arrepentimiento (limpiar las manos de acciones pecaminosas) y pureza del corazón (integridad y enfoque singular en Dios). Los de "doble ánimo" son aquellos divididos entre el mundo y Dios.
Versículo 9:
"Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza."
Este llamado al arrepentimiento incluye un reconocimiento sincero del pecado. La aflicción y el lloro son signos de quebrantamiento genuino delante de Dios.
Versículo 10:
"Humillaos delante del Señor, y él os exaltará."
La humildad es la clave para recibir la exaltación de Dios. Al reconocer nuestra dependencia total de Él, somos elevados a una posición de gracia y bendición espiritual.
Resumen práctico:
El pasaje invita a los creyentes a examinar sus corazones, abandonar sus deseos egoístas, y someterse humildemente a Dios para experimentar su gracia, poder y cercanía.
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